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Se podría decir que el chayote, un fruto con forma de pera procedente de la planta trepadora del mismo nombre, no representa como tal una novedad en el ámbito alimenticio, puesto que su consumo se viene dando desde épocas precolombinas.
Desde su zona originaria de cultivo, encuadrada en lo que hoy son México y Guatemala, se expandió por el resto de América a lo largo de los siglos XVIII y XIX y posteriormente por el resto del mundo.
Sin embargo, ha sido en los últimos tiempos cuando el chayote se ha ido abriendo paso cada vez con más intensidad en los puntos de venta y restaurantes de todas las latitudes del globo, en gran parte por su amplia versatilidad culinaria, pero también por el impacto positivo que su consumo tiene sobre nuestra salud. Sea cual sea el motivo, la realidad es que este fruto emparentado con viejos conocidos como el pepino, la sandía, el melón o la calabaza se ha convertido por méritos propios en una verdadera tendencia gastronómica.
Aunque el uso culinario de esta hortaliza tiene orígenes remotos, la ciencia moderna es la que ha puesto al descubierto el repertorio de beneficios que aporta a nuestro organismo. En su composición, rica en hidratos de carbono y carente de grasas, se incluyen altos contenidos de fibra, lo cual dota al chalote de una idoneidad total como alimento para prevenir la obesidad.
Además, presenta una importante concentración de aminoácidos, hierro y calcio, entre otros elementos saludables. Como, por ejemplo, el potasio y el sodio, que ayudan a prevenir problemas cardiológicos o la vitamina C, que hace lo propio frente a afecciones gripales y respiratorias. A esto hay que añadir sus propiedades digestivas, diuréticas, antiirritantes y las que tienen que ver con el buen funcionamiento del sistema circulatorio.
Chayote – www.mientrastantoenmexico.mx
Si bien tanto las propiedades nutricionales como el sabor y la textura de las distintas clases de chayote son similares, éstas presentan alguna pequeña diferencia al respecto, así como en otros aspectos relacionados con su morfología o su color. El chayote común es la variedad más abundante en el mercado y presenta una piel rugosa de color blanco y una pulpa blanquecina. El chayote blanco posee una piel amarillenta y una pulpa muy blanca y está presente en mayor medida en Guatemala y Honduras. También conocido como perulero, es un fruto de consistencia más suave y jugosa que el chayote convencional. El chayote espinoso es otra de las modalidades más extendidas (en total hay diez variedades registradas). Como indica su nombre, su piel, de color verde más o menos oscuro, está cubierta por espinas y, por otra parte, el fruto que contiene posee un sabor más dulce de lo habitual.
Como destacábamos al principio, uno de los rasgos característicos del chayote es su extensa polivalencia a la hora de admitir distintos tipos de cocinado. En primer lugar, su textura crujiente en crudo se acomoda a la perfección en casi cualquier tipo de ensalada. Otra forma de prepararlo es el marinado con sal, limón y otras especias dependiendo de la región geográfica o incluso freírlo. Pero lo más usual es pasarlo por una cocción o incluirlo como complemento de distintos guisos.
Un ejemplo de su casi total adaptabilidad a los fogones viene de la mano del reputado chef estadounidense Matthew Scott y sus Chayotes rellenos de langostino y buey de mar, horneados de una manera similar de la que procederíamos con unas berenjenas rellenas de toda la vida.
ChayotesRellenos – canalcocina.es
Otra alternativa muy apetecible con la que nos hemos encontrado gracias a su suave textura al triturarlo es preparar el chayote en una ligera y sana crema. Como, por ejemplo, esta fantástica propuesta vegana preparada con cebolla y ajo y salpicada finalmente con unos “picatostes” de granos de elote y almendra laminada.
CremaChayote – www.cocinavital.mx
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